Temario de Historia

Tema 29. Roma: La construcción, crisis y división de un Imperio, el proceso de romanización

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Este tema se plantea como un resumen y visión general del devenir histórico de la civilización romana en la antigüedad.

Introducción a la civilización romana

Roma, una pequeña ciudad del centro de la península itálica, conquistó y dominó todas las tierras que rodean el mar Mediterráneo, constituyendo un imperio de una extensión sin precedentes, desde el desierto de Arabia y los montes del Cáucaso hasta la península Ibérica, y desde el desierto africano hasta Britania y los ríos Rin y Danubio. Roma dotó a toda esta diversidad de pueblos de un alto grado de unificación política, social y cultural. A través de este proceso de romanización, estos territorios se integraron, en mayor o menor grado, en un marco de civilización común.

La historia de Roma arranca con la mítica fundación de la ciudad en el 753 a.C. y acaba con la caída del Imperio de Occidente en el 476 d.C. La influencia de Roma sobrevivió a su poder político, dejando su huella incluso en algunos de los factores que provocaron su desintegración como el cristianismo y los pueblos germánicos. En Hispania (España), uno de los territorios donde dejaron más huella, los romanos nos legaron un extraordinario patrimonio arqueológico, el idioma (el castellano, el catalán y el gallego son lenguas procedentes del latín), la estructura urbanística (la mayoría de las ciudades se fundaron entonces), el derecho e incluso la red básica de carreteras.

Un precedente: los etruscos y el mar

Los etruscos (llamados tirsenos o tirrenos por los griegos) aparecen desde muy temprano mencionados por los autores griegos como marinos poderosos que, a veces, dificultan con sus naves la libre circulación por los mares; tildados de piratas por sus rivales y competidores, los etruscos desarrollaron pronto diversas actividades navales no siempre, sin embargo, de carácter bélico. Las riquezas agrícolas de su territorio les permitieron ser grandes productores de vino, que era embarcado en naves propias y ajenas para surtir a múltiples clientes en el Mediterráneo occidental y la arqueología ha hallado, en tierra y en el fondo del mar, restos de esas actividades. Tradicionales aliados de los fenicios y, luego, de los cartagineses, se enfrentaron en múltiples ocasiones a los griegos en grandes combates navales de los que se hicieron eco los autores clásicos, con resultados diversos. Pero, al final, sus naves de guerra fueron derrotadas en algunas batallas importantes y el ocaso de su poderío naval no fue sino el preludio de la progresiva pérdida de su independencia. La conferencia aborda estos y otros temas de esta, muchas veces desconocida, relación de los etruscos con el mar.

Los orígenes de Roma: la monarquía

Los datos que conocemos sobre el origen de Roma están envueltos en la leyenda. La ciudad de Roma se fundó en el 753 a.C. y sus primeros habitantes fueron pastores y agricultores que habitaban las colinas de la orilla izquierda del río Tíber y que se confederaron en la liga de las Siete Colinas. Eran una tribu de ítalos, los latinos, a los que pronto se sumarán los sabinos, estableciendo poco después una monarquía alternativa (el mito de Romulo y Remo), hasta que son conquistados por los etruscos en el siglo siguiente.

Los etruscos marcaron con su influencia el urbanismo, el arte, la sociedad y las instituciones romanas. Los reyes etruscos, vitalicios pero no hereditarios, controlaban el ejército, administraban la justicia y eran la máxima autoridad religiosa. Ampliaron el territorio, construyeron una sólida muralla (los llamados muros servianos, por el rey Tulio Servio), edificios de piedra, alcantarillado (Cloaca Máxima)…

Seven Hills of Rome es
Mapa de las siete colinas de la Roma Antigua.

La República

Los abusos de la dominación extranjera de los reyes etruscos provocaron la sublevación del pueblo romano y la proclamación de la República en el 509 a.C., concediendo la suprema autoridad al Senado, encarnación de la aristocracia.

Las instituciones republicanas

En los siglos siguientes las instituciones se fueron adaptando flexiblemente, a medida que el territorio y la población aumentaban y la sociedad se hacía más compleja.

El Senado es la institución básica del gobierno romano. El Senado fue variando en su composición y funciones, al principio casi totales. Generalmente lo componían 300 patricios, elegidos por cooptación.

Los magistrados principales eran los cónsules (dos, con poderes ejecutivos), los pretores (con poder judicial y administrativo), los cuestores (con poder administrativo sobre la economía) y los censores (con poder sobre el censo de ciudadanos y sobre las costumbres). El dictador asumía todos los poderes por tiempo de un año cuando las circunstancias políticas eran muy peligrosas por invasiones o guerras.

Los plebeyos consiguieron entre los siglos IV y III a.C. plenos derechos políticos y civiles, entre ellos la elección del tribuno de la plebe (un magistrado que defendía sus intereses con el derecho de veto), una ley común para todos (la ley de las Doce Tablas), el acceso a las magistraturas y al consulado, la abolición de la esclavitud por deudas, y la legalización del matrimonio de los patricios y plebeyos.

La expansión

El republicano es un periodo de gran expansión territorial: gracias a la fuerza del ejército popular integrado por legiones de soldados que eran pequeños propietarios con derechos políticos, una hábil diplomacia y la energía del núcleo dirigente, se conquistan gradualmente Italia, Macedonia y Grecia (que se convierte en provincia tras la destrucción de Corinto en 146, mientras que Atenas es tomada en 86), la costa del Mediterráneo Occidental con las victorias en las tres guerras púnicas contra Cartago (la primera en 264-241; la segunda, sobre todo contra Aníbal, en 218-201; la tercera en 146), la ciudad siciliana de Siracusa (212), la larga conquista de Hispania (212-25), la rápida anexión de la Galia con Julio César h. 50, el Asia Menor en los dos siglos siguientes al tratado de Apamea con Antioco III (188) y tras la victoria contra Mitrídates de Ponto, la toma de Siria (64) y, al final de la guerra civil la conquista del Egipto de Cleopatra (31).

Alesia: el gran triunfo de Julio César

En el año 52 a. C., Julio César remata la conquista de la Galia Transalpina, con el sometimiento del jefe galo Vercingétorix. La victoria de César tuvo lugar en Alesia, ciudad (oppidum) de la tribu gala de los mandubios, donde se había refugiado el jefe galo junto con su ejército, que fue sometida gracias a un potente sistema de asedio por parte de las tropas romanas. Para César este hecho supuso la culminación de la Guerra de las Galias, el episodio más glorioso de su historia.

Durante mucho tiempo la localización se intentó localizar este lugar, pero fueron las excavaciones promovidas por Napoleón III entre 1861 y 1865 las que consiguieron ubicarlo en Alise-Sainte-Reine (Côte d’Or). Dicho emplazamiento se encontraba en una escarpada colina rodeada por elevaciones montañosas de la misma altura por tres de sus lados, ubicada en el centro de un pequeño valle y protegida a su vez por dos corrientes de agua. En 1991 se reanudaron las excavaciones en este lugar por parte de un equipo franco-alemán, dirigido por M. Reddé y S. von Schurbein.

César narra de forma detallada el sistema de asedio, cuyas características han podido ser verificadas sobre el terreno gracias a las excavaciones arqueológicas. Las tropas romanas construyeron dos líneas defensivas más o menos concéntricas en torno a Alesia, compuestas por fosos, fortificaciones y obstáculos de diferente tipo alrededor de la colina asediada: una línea interior, que impedía la salida y los ataques de los asediados («contravalación»); y otra exterior para impedir el acceso a los posibles refuerzos («circunvalación»). Dichas líneas estaban apoyadas por una decena de campamentos y numerosos puestos fortificados en altura.

La narración de César nos ilustra sobre los acontecimientos que terminaron con la rendición de Vercingétorix. Aún quedan numerosas incógnitas sobre este asedio.

No fue una conquista de ritmo continuo, pues a menudo prevalecían tendencias aislacionistas, pues por ejemplo, el Senado aceptó a regañadientes la donación de Pérgamo por Atalo III en 133 e incluso rechazó la de Egipto por Ptolomeo Alejandro I en 88, pero finalmente triunfaron los intereses del partido expansionista compuesto por senadores y caballeros de actividades comerciantes y financieras. En 44 a.C., a la muerte de Julio César, Roma controlaba el Mediterráneo, ya directamente o a través de su influencia en los gobernantes nativos. Sólo el imperio de Partia (en el Irán actual) era un contrincante grande e independiente.

Como resultado un enorme botín en oro, plata o esclavos enriqueció a Roma, convertida en el gran centro comercial y financiero del Mediterráneo.

En este proceso aumentó la diferenciación social, con una clase senatorial poseedora de grandes latifundios, una clase media de caballeros (equites) dedicados a la actividad comercial y financiera, una amplia clase baja de campesinos, a menudo arruinados por las guerras y que entonces se dirigían a la capital para vivir del reparto gratuito de alimentos y, por último, una inmensa masa de esclavos, que eran la principal fuerza de trabajo en la ciudad.

Los esclavos no eran considerados personas sino cosas, propiedades o mercancías, que no podían contraer matrimonio, aunque después pudieron elegir compañera entre las esclavas y vivir en un régimen matrimonial llamado contubernium. Realizaban todo tipo de trabajos: doméstico, agrícola, artesanal… Los esclavos que conseguían la libertad eran llamados libertos, y constituyeron una gran parte de la amplia clase media.

La revolución social agraria de los hermanos Graco (133 y 121 a.C.), apoyada por los campesinos sin tierras, terminó en un sangriento fracaso y abrió paso a las luchas civiles entre los principales generales del ejército (el nuevo sujeto político dominante) para conseguir la primacía política. Los itálicos se convierten en ciudadanos romanos en 89 a.C., tras la guerra itálica que hicieron para conseguir sus derechos. Las rebeliones de los esclavos, varias de las cuales estallaron en Sicilia, aunque la más peligrosa lo hizo en Italia, comandada por Espartaco, fueron reprimidas ferozmente.

La crisis republicana.

En el siglo I a.C. la forma republicana de gobierno entra en crisis, debido a que la gran extensión del dominio romano y la diversidad de intereses sociales impedían un gobierno consensuado como el republicano. Así aparecen los sucesivos triunviratos y las sucesivas guerras civiles entre Mario y Sila, Pompeyo y César, Antonio y Octavio, desapareciendo en el 27 a.C., cuando César Octavio es nombrado Augusto por el Senado, iniciándose así el Imperio.

Imperio romano

En este apartado veremos la expansión romana hasta la época de Trajano (h. 117 d.C.)

Augusto, el primer «princeps» del imperio romano

El Imperio fue aceptado mal por la clase senatorial, pero fue muy apoyado por la clase de los caballeros y las masas populares, cansadas de la continua guerra civil y del caos político, y que aspiraban a subir en la escala social. Augusto reunió en su persona los cargos de emperador, cónsul, tribuno de la plebe, pontífice máximo. Su poder se asentaba sobre el apoyo de la clase senatorial, los caballeros y el ejército (unos 300.000 soldados).

Los bosques de Teutoburgo: masacre en Germania

«¡Quintilio Varo, devuélveme mis legiones!» Según Suetonio, así clamaba el primer emperador de Roma, un ya anciano Octavio Augusto, al enterarse en otoño del año 9 d. C. de que tres legiones completas con sus tropas auxiliares habían sido aniquiladas en una batalla desastrosa en Teutoburgo, en lo profundo de Germania. Arminio, un oficial germano de tropas auxiliares, al que se había concedido la ciudadanía romana, se volvió contra sus camaradas y creó una trampa en la que cayó aniquilado un ejército romano entero y murió su general y gobernador de la provincia, Quintilio Varo.

Arminio, un querusco, no consiguió sin embargo unificar los pueblos germanos y aprovechar su victoria. Roma reaccionó con extrema violencia, salvando la crisis, y el propio Arminio moriría a manos de sus propios compatriotas. Desde entonces ha sido a la vez arquetipo de héroe y de traidor, según el punto de vista.

El desastre de Teutoburgo, o la «matanza variana» tuvo perdurables consecuencias: se perdió la recién fundada provincia Germania, y el sueño de desplazar la frontera del Imperio desde el Rin hasta el Elba, mucho más al este. Durante casi cinco siglos se fijó en el Rin la frontera del Imperio, y el límite con el barbaricum. La batalla se mitificó, utilizada como hito histórico decisivo, por los nacionalismos más belicosos de los siglos XIX y XX.

Pese a la extrema dificultad de localizar campos de batalla antiguos, un tipo muy particular de yacimiento arqueológico de breve duración, la arqueología ha conseguido localizar el lugar de la batalla y aportar nuevos datos sobre lo allí ocurrido.

El año de los cuatro emperadores (69 d. C.). Las dos batallas de Cremona, punto de inflexión de la guerra civil

El abrupto final de la dinastía Julio-Claudia marcó el inicio de la consolidación de las dictaduras militares en el Imperio romano que, de hecho, constituían la base del poder en Roma desde el final de la República. La fidelidad a sus jefes de los contingentes militares estacionados en las fronteras del Imperio marcará la sucesión de enfrentamientos entre el asesinato de Galba y la consolidación en el poder de Vespasiano. Se analiza la estructura del ejército romano a mediados del siglo I d. C.; la distribución territorial de las legiones; la importancia de las unidades auxiliares y el papel determinante desempeñado por la guardia pretoriana en la situación política.

A partir de las fuentes escritas y la documentación arqueológica se estudian las dos batallas de Bedriacum (proximidades de Cremona) que enfrentaron sucesivamente a las tropas de Otón y las de Vitelio, el 14 de abril del 69, finalizada con la derrota y suicidio del primero, y a las de Vitelio con las de Vespasiano comandadas por Marco Antonio Primo, entre el 24 y 25 de octubre del mismo año, que significó la derrota de los vitelianos y la posterior ejecución del propio Vitelio, cerrando la consolidación en el poder de Vespasiano y el período de inestabilidad social y política.

La conquista de Jerusalén y Masada: Roma aplasta a Judea

La franja costera de Judea y Samaria era en la antigüedad un estratégico punto de paso entre las ricas regiones de Egipto y Siria. El control de su zona interior, hacia Jerusalén, el Jordán y el Mar Muerto, era necesario como zona-colchón frente a los peligros procedentes del desierto oriental. Por eso Roma procuró controlarla ya desde mediados del s. II a. C., primero como reino títere o protectorado, y luego, ya en el año 6 d. C., como provincia Judaea, dependiente de la de Syria.

Roma nunca entendió ni supo controlar al grupo mayoritario de la provincia, los judíos, ferozmente independientes, activos y, desde el punto de vista romano, irracionalmente tozudos. Distintos incidentes cristalizaron en el 66 d. C. con una revuelta a gran escala y la destrucción de una legión, que Roma no podía pasar por alto. Flavio Josefo, un líder de la revuelta apresado y pasado al bando romano, es nuestra gran fuente para lo ocurrido.

La clave para aplastar a los judíos era tomar Jerusalén, pero para conquistarla fueron necesarias varias campañas previas para aislarla, tomando el general Vespasiano, primero Galilea en varios asedios salvajes, como Gamala, y luego envolviendo la capital.

El asedio de Jerusalén se demoró hasta el año 70 d. C., a cargo de Tito, hijo de Vespasiano (envuelto en la lucha por el trono de Roma) y futuro emperador. El asedio es un ejemplo de poliorcética romana y de resistencia judía debilitada por disensiones internas. Cuando la ciudad cayó finalmente, solo quedaban unos focos de resistencia de los que sin duda el más famoso fue un grupo de sicarios en el palacio-fortaleza del rey Herodes en Masada, junto al desierto. Allí los romanos no repararon en medios para demostrar de una vez por todas su poder y su decisión. La desesperada resistencia judía –en realidad una «operación de limpieza» de un foco de resistencia aislado y sin esperanza– se convirtió en todo un símbolo, retomado con la fundación del moderno Estado de Israel. Este mito llevó al gran militar y arqueólogo Yigael Yadin a forzar en exceso los datos arqueológicos para construir sobre el «ejemplo» de Masada el concepto de que «Israel nunca caerá de nuevo».

Una guerra en relieve: Trajano conquista la Dacia

Las guerras dácicas de Trajano, libradas entre los años 101 y 106 d. C., comprendieron algunas de las campañas y operaciones militares más complejas emprendidas por el ejército romano a lo largo de su historia. Enfrentadas a una potencia europea de la envergadura del Estado dacio y a su extensa red de aliados, las fuerzas romanas tuvieron que combatir predominantemente en un escenario caracterizado por una difícil orografía dominada por el enemigo, presidida por el curso del Danubio y flanqueada por el Mar Negro. Estas contiendas contemplaron no solo una intensa guerra de asedio y desgaste en el espacio de los montes Oraştie e importantes batallas campales como las de Tapae o Nicopolis ad Istrum, sino también enfrentamientos navales y anfibios en las aguas del Danubio y el Mar Negro, así como una fundamental guerra de movimientos en varios de sus escenarios.

La diplomacia y el empleo de aliados, socios y vasallos por parte de ambos bandos constituyó un aspecto esencial del conflicto, contribuyendo de forma crucial a su desarrollo en el marco de los distintos objetivos perseguidos por los contendientes. El Imperio romano, bajo el liderazgo de Marco Ulpio Trajano, logró imponerse en todos y cada uno de estos aspectos y ámbitos, sentenciando, no sin esfuerzo, el desenlace final de la guerra y, por lo tanto, el devenir histórico de la Europa danubiana.

La nueva expansión

La expansión de Roma durante el Imperio hasta el 117 (Trajano) fue rápida y enorme, hasta configurar uno de los mayores imperios de la Historia, asimilando muchos aspectos de las civilizaciones sometidas o vecinas, en especial de los etruscos y de los griegos. El mundo clásico será la fusión de las civilizaciones griega y romana, evolucionando a un modelo propio y original: Roma será el pilar de la cultura occidental en el derecho, lengua, artes…

Las ciudades eran la institución fundamental, con una gran autonomía real, con un derecho común que fue universal con la extensión de la ciudadanía romana con Caracalla en 212. El poder del Senado fue declinando a medida que se afianzó la supremacía del emperador. Los cargos públicos republicanos se mantuvieron, aunque generalmente monopoliza­dos por el emperador y sus partidarios, con lo que los cargos de cónsul y senador se extendieron a los provinciales.

La agricultura fue la principal fuente de riqueza: trigo, vid, olivo, frutales. El comercio de trigo, vino y aceite era muy importante en el abastecimiento de Roma, las ciudades y las guarniciones militares. La minería se desarrolló en muchos lugares. La moneda de oro (áureo) y de plata (sestercio, denario), permitió intercambios seguros. Las vías de comunicación (calzadas, puertos marítimos) unían todo el Imperio. El comercio puede estudiarse con los restos de cerámica y vajillas, que se han encontrado hasta en China, donde se compraba la seda. La mayor parte de los productos pesados se transportaba por mar y sólo los productos livianos por las vías terrestres, que se dedicaban más al transporte de personas y ganado.

El régimen económico-laboral se basaba en la esclavitud, que entró en crisis durante el siglo II, al acabarse las guerras fáciles de conquista. Al mismo tiempo comenzaron las epidemias, los costos de las guerras fronterizas con los germanos y persas, la desorganización interior por las guerras civiles.

La evolución del Imperio

El periodo de máximo auge del Imperio se dio con los Julio-Claudios (-31 a 68, con Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón), los Flavios (68-98, con Vespasiano, Tito y Domiciano), los Antoninos (98 a 180, con Nerva, Trajano, Adriano, Pío Antonino, Marco Aurelio y el decadente Cómodo). Estos protagonizaron la expansión a todos los confines (hasta el desierto del Sahara, el Éufrates, el Danubio y el Rin, el norte de Britania) y después de ellos no hubo más conquistas. Los Antoninos configuran el periodo de Oro de la civilización romana, con sus más altas cotas de expansión exterior, paz, estabilidad y prosperidad interior.

La crisis tardorromana

Las causas de la crisis se resumen en que se habían alcanzado los límites económicos del esclavismo, la insuficiencia de la moneda, la crisis financiera de la ciudad, la concentración latifundista, la crisis religioso-cultural, la debilidad institucional del imperio, la militarización de la vida política y las continuas guerras civiles entre los candidatos a emperador.

Después de alcanzar su apogeo durante el siglo II, el Imperio sufrió una lenta decadencia desde Cómodo, con una sucesión de emperadores que conseguían el poder gracias a su condición de victoriosos generales del ejército, iniciada con Septimio Severo y su dinastía de los Severos (192-235) y seguida por un periodo de anarquía militar (235-285), con algún emperador notable (Aureliano), hasta que Diocleciano estableció la tetrarquía (un reparto del imperio en cuatro partes, 285-312) y después Constantino (312-337) restable­cieron cierta solidez institucional.

Constantino basó su dinastía en el apoyo del ejército y del cristianismo (313), que se convirtió después en la religión oficial. Su otra gran novedad fue el traslado de la capital a Bizancio (que se rebautizó como Constantinopla), en el paso entre Europa y Asia.

Pero los crecientes gastos militares llevaron a una terrible presión fiscal, que agotó al Imperio. En este siglo se consolida la barbarización del ejército: numerosos germanos se alistan como mercenarios al tiempo que pueblos enteros (como los godos) pasan la frontera y reciben tierras a cambio de prestar el servicio militar.

Adrianópolis: el día de la catástrofe

El 9 de agosto del año 378, el 1131 desde la fundación de Roma, la civilización romana padeció un descalabro de proporciones bíblicas. En las cercanías de la ciudad de Adrianópolis, en los Balcanes, un emperador cayó en el campo de batalla, junto con dos tercios de su ejército. Como una plaga de langosta, hordas de godos, alanos y otros bárbaros se esparcieron impunemente por el Imperio, saqueando y devastando a su paso sin hallar oposición alguna y alarmando a sus contemporáneos, que, según afirma san Ambrosio de Milán, creían estar viviendo in occasu saeculi, «en el ocaso del mundo». Pero, ¿cómo se pudo llegar a tal situación? ¿Cómo pudo un pueblo bárbaro, hambriento y mal armado, aplastar a la flor y nata del ejército romano? ¿Fue un cúmulo de azarosas coincidencias o síntoma de la descomposición del Estado?

Había entonces una gran diferencia en el Imperio entre la parte occidental, menos rica y poblada, con la lengua latina, y la parte oriental, de lengua griega, que al final derivaron en la división del Imperio, que perduró unido hasta el 395, cuando Teodosio lo reparte entre sus hijos Arcadio (Oriente) y Honorio (Occidente), mientras los pueblos bárbaros de Germania invaden y asolan el Imperio de Occidente, hasta la fecha crucial de 476 (desaparición del Imperio de Occidente, al ser depuesto el joven Rómulo Augustulo).

La parte oriental mantuvo su prosperidad y unidad, posibilitando el desarrollo del Imperio bizantino y el breve periodo de reconstrucción del dominio mediterráneo con Justiniano en el siglo VI.

Sociedad

La división social

Es una sociedad muy estructurada, con fuertes diferencias. Fundamentalmente había tres clases sociales: los patricios, los plebeyos y los esclavos. La clase social de los patricios se dividía en tres órdenes: senatorial, ecuestre y decurional. En la cúspide político-social está el orden senatorial, de grandes propietarios agrícolas, cuyas quintas laboran muchedumbres de esclavos. Dominan el Senado y de sus filas salen casi rodos los magistrados y emperadores. Sigue el orden ecuestre de los equites (caballeros), que dominan las finanzas públicas y el comercio. El orden decurional está compuesto por la nobleza local de Italia y las provincias. La mayoría son medianos propietarios agrícolas.

Sigue la clase social de los plebeyos, dividida en numerosos grupos por su riqueza, su actividad y su procedencia. El grupo más elevado es el de la amplia clase media de medianos y pequeños propietarios agrícolas, comerciantes, artesanos, funcionarios. Por debajo, está un amplio proletariado urbano, a menudo desempleado, que vive de la beneficencia pública, la artesanía y el comercio a pequeña escala. La mayor parte de la población es campesina, asentada en unas pequeñas fincas de propiedad privada. El grupo de los libertos (esclavos manumitidos), se mueven entre los grupos anteriores, con una gran movilidad social.

Por último, la clase social de los esclavos, los parias de la sociedad, casi sin derechos, sometidos a una dura opresión, sin otra esperanza que la manumisión (por concesión o pago), la huida o la rebelión. La condición de las mujeres era algo mejor que en la civilización griega, pues gozaban de mayor libertad en la vida cotidiana, pero tampoco gozaban de derechos políticos y estaban tuteladas legalmente por un varón.

Las ciudades

La civilización romana creó un modelo de ordenación urbana inspirado en las ciudades helenísticas y en la estructura del campamento militar romano. Se trataba de un recinto cuadrado o rectangular protegido por una muralla. La ciudad se articulaba a partir de dos calles principales, el decumanus (este-oeste) y el cardo (norte-sur), al final de las cuales se abrían puertas de acceso a la ciudad.

Las vías secundarias también se cruzaban perpendicularmente, creando manzanas donde se edificaban las viviendas, sean domus (unifamiliares) o insulae (bloques de pisos). Las calles estaban bien pavimentadas y tenían aceras. Existía una red de alcantarillado que recogía las aguas residuales.

En el cruce de las calles principales se situaba el centro económico y administrativo de la ciudad: el foro, que se trataba de un recinto en el que estaban situados los edificios públicos y religiosos más importantes de la ciudad: consejo y oficinas municipales, tribunales, templos, tiendas del mercado… Los lugares de recreo eran el anfiteatro, el circo, el teatro, las termas, las bibliotecas… Casi siempre había arcos de triunfo en homenaje a algún personaje o hecho importante. El abastecimiento de agua potable a las ciudades se hacía mediante acueductos. Las comunicaciones se aseguraban con puentes, calzadas, túneles y puertos.

Roma, la ciudad más grande del imperio, con más de un millón de habitantes en el siglo II, se había fundado como una ciudad irregular y nunca pudo estructurarse según este modelo regular, que sí se extendió por el Imperio, en un sinfín de ciudades, que marcaron la historia urbanística posterior.

Economía

Era una economía agraria, pero dominada por las ciudades que actuaban como los centros de administración, mercado y producción artesanal.

La esclavitud aporta la mano de obra para los sectores más dinámicos, pero este sistema basado en la intensidad humana y no en la técnica se agotará cuando lo hagan las reservas de mano de obra esclava, siempre menos productiva que la libre, al acabarse las grandes guerras de conquista.

La agricultura se basa en la triada mediterránea: trigo, vid y olivo, junto a la cebada, cáñamo, lino… Se difunden nuevos cultivos. Se desarrollan nuevas técnicas: barbecho de tres hojas, avanzado instrumental, regadíos… Los esclavos trabajan los campos de los grandes propietarios, que arruinan a muchos pequeños propietarios. Finalmente, el sistema agrario entrará en crisis por su incapacidad de aumentar la productividad y por la concentración de la propiedad en latifundios, que eran cultivados no por esclavos sino por colonos, bajo duras condiciones de arrendamiento.

La minería se expande: canteras para los materiales de construcción; minas de oro, plata, hierro, cobre, estaño, plomo, mercurio. Hispania destaca por su riqueza minera. La mano de obra también era esclava.

La producción industrial se diversifica en una artesanía de tipo familiar y otra en serie con mano de obra esclava. Destaca la construcción, la textil, la salazón de pescado, la metalurgia, la orfebrería, la cerámica, el papiro (Egipto).

El comercio es muy activo a lo largo del Mediterráneo, beneficiado por la unión política, la seguridad marítima y los puertos, y las buenas calzadas. Destaca el comercio de trigo (con suministros de África, Egipto, Sicilia), vino (Grecia), aceite (Hispania, África), pescado salado (salmuera), tejidos de lana y lino, esclavos y animales exóticos, y el comercio con el Lejano Oriente, a cambio de seda y especias, que empero fue una sangría lenta y con­tinua de plata y oro, lo que dificultó a largo plazo la eficacia de la economía monetaria. Plinio se quejaba en el siglo I d.C. de que las importaciones de la India costaban a Roma 550 millones de sestercios cada año, drenando la disponibilidad de moneda de plata (la más apreciada en Oriente).

Se desarrollan las finanzas, gracias a la moneda estable del denario de plata y el áureo de oro, y la intensa vida urbana.

Pero en época tardorromana la crisis financiera y fiscal hundió la economía, agobiando a las clases productoras con altos impuestos. La moneda se devaluó, con emisiones de cobre y bajas de ley (el denario de plata, purísimo en el siglo I, tenía sólo un 2% de plata h. 250). Las clases sociales se consolidaron mediante normas legales, que impedían la movilidad social. Las ciudades decayeron y la sociedad se ruralizó, entrando en una decadencia irrefrenable. El Imperio Romano cayó no por las invasiones sino por sus problemas internos.

Religión

La religión pagana

La religión era fundamental en la vida de Roma. Es una religión ritual, con sacerdotes de varias funciones: pontífice, vestales, augures, arúspices, duunviros. Pero no es una clase sacerdotal separada de la sociedad civil y su importancia siempre fue menor.

La religión tomó de Grecia los dioses (cambiando; por ejemplo Zeus se convirtió en Júpiter), junto a infinidad de dioses locales y los propios emperadores divinizados. La religión romana siempre acogió a los nuevos dioses, con un espíritu ecléctico y abierto, con los métodos de la evocatio y la interpretatio. Tenemos que esperar a la aparición de las religiones monoteístas para encontrar un rechazo institucional a unas religiones que ponían en peligro las bases de la civilización romana.

Al principio era animista, con una trinidad suprema: Júpiter, Marte y Quirino, convertida por influencia etrusca en Júpiter, Juno y Minerva, junto a deidades de lugares sagrados (numina) y del hogar.

Durante el Imperio se difundió el culto al emperador, que era el pontífice máximo de la religión oficial pero también encarnación divina del Estado, y asimismo se expandieron los cultos de los misterios. Se distingue un culto estatal público y un culto familiar privado, con los manes de los antepasados, los penates de las provisiones y los lares de los campos y hogares.

La aparición del cristianismo

A partir del siglo I d.C. se difundieron en la sociedad romana algunas religiones orientales, como el mitraísmo, maniqueísmo y judaísmo, que intentaban dar una respuesta más espiritual y menso ritual a la incertidumbre de qué hay más allá de la muerte y a la influencia del mal sobre el hombre.

El nacimiento y primer desarrollo del cristianismo tuvo lugar dentro del marco cultural y político del Imperio romano. Es cierto que durante tres siglos la Roma pagana persiguió a los cristianos; pero sería equivocado pensar que el Imperio constituyó tan sólo un factor negativo para la difusión del Evangelio. La unidad del mundo grecolatino conseguida por Roma había creado un amplísimo espacio geográfico, dominado por una misma autoridad suprema, donde reinaban la paz y el orden. La tranquilidad existente hasta bien entrado el siglo III y la facilidad de comunicaciones entre las diversas tierras del Imperio favorecían la circulación de las ideas. Cabe afirmar que las calzadas romanas y las rutas del mar latino fueron cauces para la Buena Nueva evangélica, a todo lo ancho de la cuenca del Mediterráneo.

La afinidad lingüística —sobre la base del griego, primero, y del griego y el latín, después— facilitaba la comunicación y el entendimiento entre los hombres. El clima espiritual dominado por la crisis del paganismo ancestral y la extensión de un anhelo de genuina religiosidad entre las gentes espiritualmente selectas, predisponía también a dar acogida al Evangelio. Todos estos factores favorecieron, sin duda, la extensión del cristianismo.

El cristianismo fue la religión oriental que más arraigó, sobre todo entre las clases bajas, dado que el Nuevo Testamento (la segunda parte de la Biblia) presentaba la pobreza como una virtud y aseguraba una vida mejor después de la muerte. Los apóstoles extendieron la nueva religión por todos los confines del Mediterráneo ya en el siglo I, Pedro entre los medios judíos y Pablo entre los gentiles. Pero esta religión fue considerada un peligro para el Imperio porque no se reconocía la divinidad del emperador ni el politeísmo que era esencial para el sistema, y algunos emperadores decretaron persecuciones sistemáticas para eliminarla (la primera con Nerón en 64 y más tarde Trajano, Antonino Pio, Decio hasta llegar a Diocleciano. Sin embargo, las persecuciones fueron ineficaces. La Iglesia cristiana tenía cada vez más influencia social, sobre todo en las ciudades, mientras que en las zonas rurales sólo tenía presencia en Asia.

El fin del paganismo llegó con la victoria del cristianismo en el siglo IV. Los grandes momentos de esta victoria fueron el Edicto de Milán (313) promulgado por Constantino, que garantizaba la libertad de culto cristiano; el Concilio de Nicea (325), que organizó la Iglesia y unificó el culto y la doctrina contra el arrianismo y el Edicto de Tesalónica (380) promulgado por Teodosio I, que prohibió el culto pagano, declarando al cristianismo religión oficial y única del imperio.

Cultura

Literatura

La literatura griega influyó decisivamente en los inicios de la literatura latina, con los autores teatrales Ennio, Plauto y Terencio. La lengua griega conservó cierto prestigio por encima del latín. Éste se convirtió en el idioma de uso más común en Occidente, unificado mediante la educación, la administración y el comercio; mientras, el griego mantenía su prestigio en Oriente. Historiadores como Julio César, Tito Livio y más tarde Tácito son maestros del latín. El poeta Cátulo da paso a la época clásica, en el imperio de Augusto, con grandes poetas como Virgilio, Horacio y Ovidio. Destacan después los hispanos Séneca, Marcial, Quintiliano. Después viene una larga decadencia, salvo en los historiadores.

Filosofía

La filosofía sigue las pautas de la filosofía helenística. Entre las escuelas destacan la socrática (Cicerón), epicúrea (Lucrecio), estoica (Seneca) y neoplatónica (Plotino).

Ciencia y tecnología

En ciencia se recogió la herencia griega pero se hicieron pocas innovaciones. En la medicina destaca Galeno.

Mayor es el avance tecnológico. Se desarrolló la ingeniería de construcción naval (barcos más grandes), el hormigón mejoró la construcción y los acueductos el suministro de agua a las ciudades. La cerámica fue producida en serie. La minería se benefició de los nuevos equipos de extracción de agua. La agricultura mejoró con el drenaje e irrigación de los terrenos, y la difusión de los tratados agrícolas de Varrón y Columela. Muchas de estas novedades cayeron en desuso con la crisis final, pero pocas se perdieron definitivamente y la mayoría sobrevivieron a través de la Edad Media.

Derecho

El derecho romano fue una institución fundamental para la vida política y social de Roma. Las primeras leyes fueron las XII Tablas (451-449), la base del derecho civil entre los ciudadanos romanos, que se desarrolló hasta el Corpus Iuris de Justiniano en el siglo VI. Las fuentes de la ley eran la costumbre, la jurisprudencia de los jurisconsultos, los edictos del Senado y del Emperador.

Se distinguió el derecho público y el derecho privado. Una de las grandes conquistas de la civilización romana fue la progresiva extensión del derecho de ciudadanía a toda la población, vigente en 212 mediante el edicto de Caracalla.

Arte

El arte romano tiene la consideración de un tema entero: Tema 30. El arte de Roma. Principales características. Su presencia en España. Se trata de un arte que sigue el modelo griego, sobre todo el helenístico tardío, aunque sin su extraordinaria creatividad. Es un arte funcional, que busca ante todo la utilidad. La escultura es realista, destacando en el retrato y el relieve narrativo, con historias de los emperadores. La arquitectura destaca por la variedad tipológica: templos, palacios, basílicas civiles, circos, anfiteatros, teatros, bibliotecas, termas, acueductos, arcos triunfales, columnas triunfales, mercados…, en los que se utiliza un sistema mixto que funde el arquitrabado y el abovedado (arco, bóveda, cúpula). La pintura, de la que apenas nos quedan unos restos en Pompeya, es fundamentalmente decorativa. El mosaico nos ofrece obras de extraordinaria calidad. El arte romano, tras una época de auge en los siglos I y II, entrará en una grave decadencia.

Conclusiones

La caída del imperio romano de Occidente en el 476 d.C. no afectó a la parte oriental del mismo, con capital en Constantinopla. Europa surgió como consecuencia de las invasiones barbáricas sobre las ruinas del imperio romano de occidente. El relativo fracaso -o insuficiente éxito- del intento restaurador de la unidad romana llevado a cabo en el siglo VI por el emperador Justiniano contribuyó a consolidar la realidad europea, diferenciada claramente del Oriente bizantino. El proceso histórico de la configuración de Europa experimentó un avance decisivo en los siglos VII y VIII con la presencia en el escenario histórico de un nuevo y sorprendente factor: el Islam. La expansión islámica quebró irremediablemente la unidad del mundo mediterráneo. El mar latino dejó de ser lazo de unión para los pueblos ribereños y se convirtió en foso abierto entre dos espacios distintos y enfrentados. Las tierras musulmanas de la orilla sur se diferenciaron de las cristianas del norte: aquellas fueron África, estas, Europa. Este esquema geopolítico tan simple, sigue siendo todavía válido, al cabo de catorce siglos.

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